Solo Por Hoy: Amores imposibles. Reflexiones sobre el miedo, la codependencia y las segundas oportunidades.
“EN SOLO POR HOY COMPARTO LA HISTORIA DE UN AMOR IMPOSIBLE, ENTRE MIEDOS, CODEPENDENCIA Y APRENDIZAJES DE VIDA.”
Hoy quiero compartir algo muy íntimo. He encontrado una fotografía que pensé que había borrado, y es justo del 28 de septiembre del año pasado. Casi un año guardada creyendo que la había borrado, y verla ahora me remueve, porque refleja todo lo vivido con alguien muy especial, con quien compartí tantas confidencias, conversaciones y momentos de apoyo mutuo.
Él me contó que se había dado cuenta de que su matrimonio siempre fue una farsa. Me confesó que nunca quiso realmente a su pareja. Se casó por lástima, porque ella pasaba hambre en su casa y pensó que sacándola de allí podría darle algo mejor. La dejó embarazada para que tuviera un futuro distinto, pero lo que en realidad ocurrió es que salió de un problema para entrar en otro que le pesaría toda la vida. Aquella casa en la que comenzó su matrimonio en realidad iba a ser la casa de su hermana, que estuvo a punto de casarse, pero su pareja la abandonó a un paso del altar.
Entonces, él y su pareja se instalaron allí, en la que iba a ser la casa de novios de su hermana. Y de ahí nació la sentencia de ella, un rencor que duró cincuenta años, porque aquella herida nunca llegó a cicatrizar. Su vida estuvo sumergida en un ambiente tóxico en todos los aspectos, incluida su ex pareja que también era y sigue siendo una persona altamente tóxica.
Él me habló de sus hijas mellizas —sí, mellizas, porque nacieron con físicos y condición diferentes y en tiempos distintos, aunque por fuera quieran llamarlas gemelas para adornar la historia— y de su hijo, a quienes amaba por encima de todo. Incluso me dijo, en un orden que nunca olvido, a quién quería más en su vida: primero a sus hijas y a su hijo por encima de todo, después a mí, luego a otra mujer, con la que tuvo un hijo fuera de su matrimonio, que él no quería hijos y ella le traicionó, y al final a la madre de sus hijas e hijo, a la que me confesó que nunca había amado de verdad.
Me contó que hace quince o dieciséis años habían estado separados durante dos años. Ella le denunció por malos tratos y después lloraba para que él regresara. Aquí una vez más se ve la codependencia a las relaciones. Él regresó por lástima. Y hace dos años le volvió a denunciar por lo mismo. Con la diferencia de que esta segunda vez, fue él quien dio por terminada la relación. A pesar de tener una orden de alejamiento mutua, ella la ha quebrantado y ha entrado en su domicilio, algo que él no ha hecho. Ella ha insistido en querer que vuelva pero él fue quien dijo: Se acabó.
Los dos juicios que tuvo los ganó él. Ella no ha parado de molestarle en su propia casa y en la calle, con la complicidad de su ex cuñada que quería que se fuera de la casa. Esa casa era suya también, de su padre y de su madre, no solo de su hermana. Ella le ha hecho la vida imposible durante 20 meses. “Le ha dado mucha caña”, palabras textuales de ella en una conversación con una tercera persona. Tanta caña, calumnias, maltrato psicológico hasta el punto de socorrerle entre cinco y seis horas más tarde cuando le dio el ictus. Sí, también hay mujeres maltratadoras con rol de víctimas.
Lo más injusto de todo es que ella llamaba a la policía y siempre molestaban a él, increíble, cuando verdaderamente el maltratado ha sido él. Soy feminista, pero esta ley que defiende a las mujeres por el simple he hecho de serlo, está muy mal diseñada. Durante 20 meses ha estado la policía yendo a su domicilio hasta varias veces al día, y cinco coches para un solo hombre. Le han molestado unos 500 policías y no es exageración.
Durante esos 20 meses en los que estuvo despierto después de rozar la muerte, pudo ver la realidad con claridad. Descubrió la psicopatía de su familia, el odio y la envidia que lo habían perseguido, la calumnia constante de su hermana y de su expareja. Yo lo viví de cerca, porque él venía a mi casa de vez en cuando a tomarse un café, a llorar, a desahogarse. Sólo tenía a un solo amigo y a mí, muchos ya fallecieron y otros conocidos, pero todos consumían sustancias que él no quiso tomar nunca más. Se alejó de ese ambiente.
Hablábamos casi a diario desde la azotea de ambas casas, le arreglaba el teléfono porque no sabía utilizar, estaba aprendiendo. Escuché insultos a diario y varias veces en el día y la noche, las maldiciones, ataques sin sentido, y también vi cómo él resistía con un corazón noble, lleno de miedo e inseguridad, pero noble. Y fue duro presenciar cómo lo maltrataron hasta el final, incluso con una omisión de socorro que lo llevó a la muerte. Como él diria: “Ese melón está por abrirse” y yo espero que haya justicia.
Yo fui su psicoterapeuta improvisada, su maestra, su amiga. Lo escuché hablar del pasado, de los años desperdiciados, de los momentos que nunca disfrutó con sus hijas e hijo, y vi su dolor al darse cuenta de que la vida se le escapaba. Él mismo reconocía que ni el malo era tan malo, ni las buenas eran tan buenas. Y aunque ya no consumía sustancias, seguía atrapado en esa máscara que tapaba su dolor, incapaz de salir del personaje que lo había acompañado durante más de 50 años.
Recuerdo un día en especial, cuando le enseñé los álbumes de fotos de mi hijo. Estaban ordenados con cariño, con recuerdos desde el nacimiento hasta los cinco años, incluyendo imágenes de su padre, aunque nuestra relación se hubiera roto hace décadas. Porque nunca utilicé a mi hijo contra su padre, y me enorgullece haber respetado eso. Él, al ver esos álbumes, me confesó al día siguiente que sintió un vuelco en el corazón, porque su expareja lo tenía todo tirado, sin cuidado, sin respeto.
Siempre vio la diferencia entre ella y yo, de ahí que le gustara tanto las frases de la imagen de mi video: “ No es la apariencia, es la esencia. No es el dinero, es la educación. No es la ropa, es la clase.” Sabía que esas frases siempre me han definido a mí, —que con esencia, educación y clase se nace, no se hace—no se compra con dinero. Durante este tiempo se fue dando cuenta de lo todo lo que había perdido.
Sus hijas e hijo también vivieron el cambio para mejor de su padre. Incluso antes de su sedación, —me llamaron para que me despidiera de él—, dijeron: Ojalá mi padre hubiera estado, como en estos 20 meses, así de bien desde hace cuarenta años antes.
Compartimos amistad, risas, complicidad y también lágrimas. Nunca hubo sexo, porque lo nuestro no fue ni era eso. Fue un vínculo mucho más profundo: apoyo mutuo, cuidado, confianza. Y aunque su final me entristece, me queda la paz de haber estado a su lado en ese tiempo tan duro y, sobre todo, me queda la certeza de que lo que compartimos fue auténtico. Por eso escribí una canción para él, que titulé “Ella, mi amor imposible”, que al escucharla se emocionó.
“Hoy, al recuperar esa fotografía, —la cual no voy a compartir—, compartiré otra, vuelvo a escuchar esa canción que le compuse, y siento que resume todo lo que vivimos: amistad, dolor, complicidad, lágrimas y risas. Fue un amor imposible, pero real en la forma más pura. Y aunque la vida le puso trabas, en este espacio quiero honrarlo, porque los hombres también lloran, y porque el amor, aunque no sea de pareja, también puede sanar y transformar.”
Om Shanti 🙏
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